Llegué hace pocos días a un almacén en búsqueda de un producto; al
pararme ahí y analizar, vi un grupo de gente que se aglutinaba, algunos
tranquilos y otros impacientes. Siendo así me hice al final. A los pocos
segundos veo a alguien detrás de mí, y caigo en cuenta de que soy partícipe de
un fenómeno de la modernidad, soy miembro de un grupo efímero que espera un
servicio o un producto: es decir, estoy en una fila.
Miré en retrospectiva lo vivido y pensaba en cuántas filas ha
hecho uno en toda su existencia. Pero antes de recordarlo oigo a la persona de
atrás que me comenta, a manera de complicidad y de crítica, sobre qué tan malo
es este servicio, cómo es que uno se presta para ello y cómo es posible
rebajarse de tal manera; me dice también que ojalá no llueva y ojalá el sol,
aquí en este clima impredecible, no vaya a estar tan bravo y que no nos vaya a quemar
con sus rayos en estos minutos de espera. –Claro, señor, tiene toda la razón,
ojalá no vaya a llover, sí, está complicado esto, claro, hay que tener
paciencia-. El tiempo transcurría y hablar era inevitable. ¿Qué sería de las
conversaciones en las filas si no existiera la posibilidad de hablar del clima?
Vuelvo a lo que pensaba, y rememoro las filas y su historia en mi
vida. Llegué a la conclusión de que hay dos clases de filas: las obligatorias y
las voluntarias, así como en los fondos de pensiones. Vamos con las
obligatorias.
Cambiar un cheque en el banco de mi ciudad un fin de mes, pagar un
servicio en la fila especial del supermercado un domingo por la noche, cambiar
de plan de celular siendo yo el titular y sin posibilidad de delegar dicha
labor a alguien más, pedir la visa pegándome la madrugada del siglo,
matricularme en la universidad. Todas estas son obligatorias. Vueltas
necesarias de la vida, con más demandantes que oferentes. Las filas están ahí y
las define un sabio de los crucigramas como la medida más exacta de
ineficiencia. Estas hacen parte de trámites adultos, de trámites contemporáneos
y de trámites de adultos contemporáneos. La característica más importante de
las obligatorias es que no generan polémica: nadie dirá que tan ridículos estos
personajes haciendo fila para refrendar una cédula, o algo así.
Vamos ahora con las voluntarias. En este término y definición, si
nos vamos al purismo, diríamos que todas lo son, nadie nos obliga a hacerlas; Pero
con las obligatorias ocurre que, nada qué hacer, son vueltas y si no las
hacemos no podemos acceder a los servicios del Estado y demás. Las voluntarias
sí las hacemos porque queremos, porque queremos estar ahí de primeros, o de
primeras, y porque tememos que alguien nos arrebate la experiencia primero.
Así que, entrando en este amplio conjunto, vemos que hay filas
para entrar a un concierto, con toda la emoción que ello implica y para el que
podrían ser hasta necesarias, ya que le agrega algo de expectativas y
dificultad al objetivo final: ver al grupo musical que hace palpitar nuestros
corazones.
Estas filas las vemos en todos los países, no solamente aquí en
Colombia. El qué tan absurdo o innecesario sea hacerlas dependerá solamente del
criterio de cada cuál. En otros países el día del estreno de alguna película
muy exitosa, pongamos el ejemplo de Los Vengadores, hace que hasta el más
clásico de los fans se anime a fabricarse un vestido para sí, relativo a los
superhéroes en mención, que por lo menos lleve el martillo de Thor, y siendo
así, con cascos y vestidos brillantes van y hacen fila por varias horas,
algunos madrugan a su teatro de confianza y esperan. En otros países, repito, es
algo normal. Hace pocos años intenté recrear el frenesí de estreno
cinematográfico yendo a ver los Pitufos con mi hija y mi papá, pintados todos
de azul. Los resultados fueron diferentes: acá, más que ímpetu, suscitamos
carcajadas. Son formas de ver las cosas (o de ver las películas, más bien).
Otra fila memorable: la que se forma en la entrada de algunos
restaurantes. Debo sacar de plano los días de la madre o del Amor y Amistad,
fechas para las cuales no hay nada qué hacer, hay fila en todo lado, ahí sí no
hay teoría que valga. En algunos restaurantes, cuya calidad no pongo en duda y
que son deliciosos, la gente decide agolparse, esperar con la saliva saliendo
poco a poco, con calor o con frío, con niños ya altivos y padres que ven en cualquier
bobada el detonante de una guerra mundial. Lo paradójico es que puede haber
sitios abiertos con no tanta gente a metros de distancia. Pero la gente decide
ir al sitio lleno en comensales, en vez de ir al lado. Pasa siempre. Aquí nos
vamos dando cuenta que las filas voluntarias generan polémicas, porque son
subjetivas.
Una razón es la fanaticada por algún grupo musical o una película,
otra es las ganas de comer rico. Pero va otra razón para hacer el
aglutinamiento, una que no logro comprender del todo, y es la referente a los
lanzamientos de adminículos portátiles. Supongamos que van a lanzar un nuevo
teléfono celular, versión 13.1.3, que viene con actualizaciones y mejoras, es
un poco más pequeño que el 13.1.2 y gasta menos pila que el 13.1.1. Es el
acabose, la gente llega como si el mundo fuera a explotar al otro día (bueno,
ahí entrarían los Vengadores, no me preocupo) y quieren comprarlo a primera
hora, es imprescindible, no da espera. Como digo, son filas, todas respetables,
a veces inentendibles. Inentendibles para mí, entendibles para otros.
Siempre preferiré las filas de personas a las de carros, y para aplacarlas
siempre hay métodos: un dispositivo con buena música (para el que no es
necesario madrugar para tenerlo de primero, tranquilos), un buen libro o una
buena revista. Lo visual y lo audible, armas que morigeran todo sentimiento
negativo.
Lo polémico que sea ver gente haciendo fila para comprar un café
espresso o un capuchino, habiendo otras opciones nacionales, no va más allá de
la curiosidad y el gusto del ser humano por algo. En todo caso ese producto o servicio tan
esperado, bien sea una hamburguesa, un crepe, una sopa o un café ristretto,
generará algún tipo de placer, y eso está bien.
Así como dicen que lo peor de la rosca es no estar en ella,
también lo peor de una fila es estar en ella. Por lo tanto, si no están ahí y
ven el toro desde la barrera, es entonces aconsejable permitir, y más que eso
tolerar, que cada quien haga la fila que quiera hacer. Disfrazados de pitufos, o
como sea.